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LA ALEGRÍA DE LA MUERTE





POR EDILBERTO RÍOS


En los primeros días de noviembre el duelo y el recuerdo se empatan con el festín, con la preparación de altares, la visita al panteón, la bebida, la música, la comida y los juguetes. En estos días la muerte se transforma; se le respeta pero también se le hace broma, se le enfrenta y hasta se le puede enjuiciar. La Muerte pasa engalanada de torero o paseando en bicicleta, además, por paradójico que parezca, nace, crece, llora sus penas, se casa y hasta muere. Las calacas pueden bailar, beber, comer, vestir sombrero, cantar, reír a dientes pelones, juegan futbol o se disfrazan con los atavíos más suigeneris.
Se hace de la imagen publica de la muerte no ya una imagen amenazante, sino otra con la cual los mexicanos nos permitimos familiaridades, es aquí cuando la Muerte se hace carnaval.
Los Días de Muertos es tiempo para que la muerte y los muertos deambulen entre nosotros, haciéndonos sentir su cálida presencia. Como culto popular, esta celebración nos lleva desde el recogimiento y la oración hasta la fiesta, y es esta última en la que su majestad la Muerte convive alegremente con los mexicanos tanto en zonas urbanas como en las rurales.
Su celebración comprende muy diversos aspectos desde los filosóficos hasta los materiales. Esta presente en gran parte de las manifestaciones artístico culturales de nuestro país.
Como expresión plástica, tomó forma desde la época prehispánica en los muros de las pirámides y templos, en relieves, joyas de jade y oro, en códices, cerámica de uso diario, entre otros materiales. En la actualidad la encontramos en textiles, piezas de barro, madera, cartón, plástico e incluso en los deliciosos dulces de azúcar, amaranto y chocolate.

La pluralidad étnica y cultural del país a permitido expresar a la muerte en una infinidad de obras plásticas, objetos artesanales y muestra de arte efímero que se produce en distintas regiones del país. Esta riqueza reposa en las creaciones artísticas que músicos, pintores y poetas mexicanos han generado en los últimos siglos; así, el teatro, la danza, las artes populares, la plástica, la poesía se ocupan del tema de la muerte y el duelo en una forma más ligera.
Ha finales del siglo XIX, por medio de hojas volantes, el grabado recorre las calles y las “calaveras” se convierten en parte de la imaginería popular colectiva. Después, tras la Revolución, adquiere otro aspecto en la pintura mural: se vuelve símbolo de denuncia, de sacrificio, de entrega a las causas y luchas nacionales.
El arte popular se apropia, difunde y reinventa rituales alegóricos a la Muerte; este auge se alcanzó a principios del siglo XX cuando José Guadalupe Posada ilustro muchas escenas de la Muerte y presentó esqueletos ataviados en muy diversas formas, tradición que continuaron artistas y grabadores del Taller de la Gráfica Popular. Es cuando la Muerte y las calaveras se ponen a bailar, a reír, comer y beber pulque; la figura amenazante de la Muerte se hace a un lado y los mexicanos nos ponemos a festejar con ella.

Otro elemento característico de Días de Muertos son las “calaveras”, ingeniosos versos populares, satíricos y festivos que fueron ilustrados por José Guadalupe Posada. Estos versos reflejan el ingenio mexicano y el peculiar concepto que se le tiene a la Muerte en esta fecha. Sin respetar posición social, política o eclesiástica aparecen en periódicos, revistas, y hojas separadas, en ellas se satirizan las actividades que realizan infinidad de personas publicas (políticos, actores, deportistas, eclesiásticos), de esta manera uno puede reprochar sin miramientos la actitud de estos personajes que en otro momento y de otra forma sería muy difícil; incluso se le escribe y reprocha a la misma Muerte que es inseparable del ser humano porque:

En esta vida matraca
Nadie de morir se escapa,
Muere el buey, muere la vaca
Y hasta a los alegres compadres
Se los llevó la calaca.

También se festeja y percibe a la Muerte con cierta indiferencia en canciones y corridos, caricaturas y grabados o en la gran cantidad de refranes relacionados con ella como: “El muerto al pozo y el vivo al gozo” o “El muerto y el ausente ya no son gente”. En las ciudades la gente asiste a ver la obra “Don Juan Tenorio” de José Zorrilla, que se presentó por primera vez en 1863 en el teatro Iturbide, como se hacía en España; después se montó en otros teatros y, desde entonces, se ha presentado la obra en tonos serios, cómicos o parodias políticas que gozan de la aceptación del público. Las calles se llenan de color y sabor con los diferentes puestos que se colocan adornados y vendiendo figuras de calaveras y cráneos de azúcar, amaranto y chocolate con algún nombre en la frente y los ojos de brillante papel lustre o lentejuela. Se vende también flor de muerto (cempoalxóchitl), o la rica calabaza y camote en dulce de piloncillo. Las vitrinas y ventanas de las panaderías se decoran con pinturas alusivas a la celebración como calaveras, panteones, cruces y, en su interior, se vende el riquísimo pan de muerto que cada año llena también de fiesta y sabor los paladares mexicanos. De igual manera en los puestos se venden veladoras, incensarios, juguetes representativos como calacas de alambre, plástico, cartón, barro o papel con mecanismos articulados que los hacen temblar o bailar, ataúdes que se abren con un hilo para dejar ver en su interior a la huesuda con un pequeño letrero con alguna frase chispeante como: “por ti estoy aquí” o “me quite de sufrir”, calabazas de plástico o barro, fantasmitas, gatos negros y arañas de diferentes materiales, además de máscaras de monstruos o de algún personaje público. En las calles, por la tarde y noche, se ven grupos de niños disfrazados que van pidiendo su “calaverita”, recibiendo de ellos dulces o dinero que guardan en recipientes decorados especialmente para la ocasión (calabazas, cráneos, cabezas de monstruos o simplemente bolsas). Por si fuera poco en el lenguaje popular la Muerte tiene muchos nombre y nos referimos a ella como: la Huesuda, la Pálida, la Tilica, la Parca, entre otros, y definiciones para el morir: estirar la pata, pelarse, irse al otro barrio, colgar los tenis, clavar el pico, etc.

Es así como los mexicanos vemos a la Muerte en un aspecto peculiar; pero este festín es muy distinto a la pérdida o duelo interno, un obituario o un velorio formal están muy lejos de las caricaturas y esqueletos de juguete. Quizá sea una manera de sortear la pena, de soportar el dolor, porque la alegría de los mexicanos escapa a cualquier razón, y la Muerte es una concepción que se nutre de la ocurrencia satírica, que provoca la sonrisa irónica.
La Muerte ha dejado de tomarse en serio, es la Pelona, la Huesuda, la Parca, la Fría, la tilica, la Doña... en fin, es la Muerte de rasgos humanos: amiga o comadre con quien nos permitimos gastar una broma.



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